miércoles, 13 de febrero de 2013

¡Rayuela!

¡Rayuela! Escuchar o leer la palabra rayuela, para algunos, es un botón rojo que se aprieta para trasladarnos hacia un mundo en el que caminamos sin buscar lo que encontramos, un mundo del que no queremos salir, un mundo del que no podemos salir, si es que en verdad entramos.

Rayuela, a simple vista, es un juego de infancia que se juega con una piedrita. Una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Además de la piedra y el zapato, se necesita para jugar de una acera o una calle y un dibujo hecho con tiza, preferentemente de colores. Hay varias clases de rayuelas: rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía y otras mil rayuelas más. Se pinta un cuadrado con el número 1, luego otro cuadrado con el 2, otro con el 3 y así hasta el 9. Es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para saltar las diferentes casillas y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo. Lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar o, peor, hay que ganarse el llegar. Y porque se ha salido de la infancia se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato.

Se dice que el inventor de la rayuela quiso reflejar en el juego la vida misma: el nacimiento, el crecimiento, los problemas y dificultades, la muerte y la meta final, el cielo, por lo que la piedrita sería el alma del viviente en cuestión. Se cree que este juego surgió en la Europa renacentista o más fácil: en el tiempo en el que el hombre dejó de mirar a Dios y empezó a entender que su vida era de él, por lo que por dónde ir y a dónde llegar empezaron a depender, también, de su pericia y habilidad. Se supone que quien la inventó se inspiró en un libro, de esos que cambiaron la historia de la humanidad para siempre, La divina comedia de Dante Alighieri. Un libro en el que el personaje principal para salir del Purgatorio y alcanzar el Paraíso, también, tiene que atravesar nueve mundos hasta lograrlo.

Es "muy loco" pensar que de un libro, La Divina Comedia, nació un juego, la rayuela, y que de un juego nació otro libro, Rayuela, que es como un juego. Porque como todos sabemos, Rayuela, también, es el nombre de otro de los libros que cambiaron la historia de la humanidad, escrito por el aúrico Julio Cotázar. La Maga, Rocamadour, Oliveira, Morelli, son nombres que salieron de las páginas de esa novela para ser citados, invocados, recreados en otros espacios. Personajes que viven sus vidas más allá de esa historia y que son reconocibles aun entre personas que jamás leyeron Rayuela. Es que sucedió como pasa con otras obras literarias: traspasó el límite de la ficción y entró en la realidad, para mostrarnos que tal dicotomía no existe, que son una única y misma cosa. Porque cuando una historia logra entrar en la cabeza de muchos la cambia, hasta el mágico extremo de formar parte de lo que nos hace como seres singulares, aunque no lo sepamos.
¿Quién no escuchó hablar de Rayuela? ¿Quién no lloró o se conmovió entre sus páginas? ¿Qué mujer no se imaginó siendo, un poquito, La Maga? ¿Quién no envidió la historia de amor que ahí se cuenta? ¿Qué hombre no se se identificó con los devaneos sesudos de Oliveira? ¿Quién no vio en alguno de sus personajes un parecido con un amigo? ¿Quién no fantaseó alguna vez con ser un escritor o una escritora inspirado en las oníricas París y Buenos Aires? Quién no leyó, al menos, algunas de sus frases geniales, que merecen ser repetidas hasta siempre: "Como cansa ser siempre uno mismo"; "Probablemente de todos nuestro sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose." ; "¿Quién estaba de vuelta de si mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás?"; "Pobre amor el que de pensamiento se alimenta."; "La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más."; "No quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente."; "Me di cuenta que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos."; "...y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico." Y no sigo, porque terminaría citando todo el libro.

La novela-juego está formada por 155 capítulos, que pueden ser leídos de dos formas: empezando por la primera página hasta llegar al capítulo 56, y siguiendo la dirección que propone el Tablero. Una dirección que invita al lector-jugador a trasladarse, con su alma a cuestas, saltando y alternando capítulos. Dos formas de leer a la que se le suma una que siempre existe como oportunidad más allá de que no se la considere: jugar-leer en el orden que uno desee. Así, la historia propone que el libro sea leído tal y como quiera el que lo lee. Es más, está escrito de modo tal, que además de ser una novela para leer es una novela para armar. Rayuela se recorre a gusto y piaceri, dentro de un número posible de alternativas, como la vida misma bha.


A su vez está dividida en tres partes:
La primera, Del lado de allá, en donde se cuenta la vida de Horacio Oliveira, un argentino que vive en París, que tiene una relación con la Maga y con un grupo de amigos que forman el Club de la Serpiente. Amigos que mantienen inmejorables conversaciones acerca del arte en la vida y de la vida en el arte; quizá, muy parecidas a esas que vos o yo tuvimos una noche, en pleno cuelgue, acompañadas de la sensación de que lo importante estaba ahí, al alcance de la boca, entre nosotros y sin ir más lejos.

La segunda, Del lado de acá, en el que se cuenta el regreso de Oliveira a Buenos Aires, donde vive con su antigua novia; allí pasa largas horas con sus amigos Traveller y Talita; en el primero se ve a sí mismo antes de partir, en la segunda ve a la Maga, inolvidable y siempre presente. Del lado de acá, después de haber leído Del lado de allá, descubrimos, que como a vos o a mí, a este tipo también le pasa que quiere estar allá cuando está acá y que quiere estar acá cuando está allá, pero que más profundamente vive entre dos mundos: el de la Gran Costumbre y el Gran Tornillo que es lo mismo que decir el que viene dado y el que hay que inventar para recrear, reventar, burlar, modificar, enriquecer -de todos estos verbos podés elegir el que más convenga a tus formas y maneras- al primero.

Finalmente, De otros lados: es la parte de la novela donde Cortázar se encarga de explicarnos, qué entiende él por literatura, qué cosa significa en verdad escribir, por qué escribió Rayuela de este modo y no de otro. Pero lo hace de una forma en la que hablar acerca del cómo de la novela forma parte de la novela misma. Como si esta tercera parte fuera el Instructivo del Juego, con el que el autor nos ayuda a entrar y deambular en él; a entender que en su libro, como en la vida, el tiempo no es lineal, que vamos y venimos como María la Paz: tres pasos para adelante y uno patrás.

En la segunda forma de lectura, el libro-juego empieza por el capítulo 73. Yo creo -es decir yo que soy una más de las miles de jugadoras-lectoras de este libro-juego- que entre sus letras es posible encontrar una de las claves bajo las cuales leerlo. Transcribo uno de sus párrafos, vale la pena: "(....)Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. En uno de sus libros, Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pudo ser el inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella… ¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete. (...) Incurables, perfectamente incurables, elegimos por tura el Gran Tornillo, nos inclinamos sobre él, entramos en él, volvemos a inventarlo cada día, a cada mancha de vino en el mantel, a cada beso del moho en las madrugadas de la Cour de Rohan, inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección, quizá las palabras envuelvan esto como la servilleta el pan y dentro esté la fragancia, la harina esponjándose, el sí sin el no, o el no sin el sí, el día sin Manes, sin Ormuz o Arimán, de una vez por todas y en paz y basta". Las letras en negrito fueron marcadas por mí para tratar de transmitirte a donde leí la clave de la que te hablé.

Rayuela, es la independencia de América Latina en el mundo de las letras. Rayuela es un sueño, un juego, una voz que uno lleva dentro pero que viene de afuera. Rayuela es cuestionar lo cotidiano, es luz, es el placer de lo lúdico y el humor que cura de la puta oscuridad y el hartazgo. Rayuela es un mándala en el que uno se encuentra, sin quererlo, en el descentramiento. Rayuela es salir a pasear. Rayuela es una especie de polémica entre un autor y un lector. Rayuela es como el dulce de leche, la birome, el locro, el colectivo: un invento argentino for export. ¿Qué digo for export?, intergaláctico, porque Rayuela es de un mundo que no es éste. Rayuela es un recorrido, nunca un fin. Rayuela, además de una novela, es una experiencia. Rayuela es la tura de Cortázar, la Gran Tura, el Gran Tornillo. Rayuela es el modo en que un hombre se dice y nos dice que lo absurdo es que no nos parezca absurdo, el absurdo de que salgamos por la mañana a la puerta y encontremos la botella de leche en el umbral y nos quedemos tranquilos porque ayer nos pasó lo mismo y mañana nos volverá a pasar; que el absurdo es ese estancamiento, ese así sea, esa sospechosa carencia de excepciones. Rayuela es el modo en el que un hombre se dice y nos dice, también, que somos el jugador del juego, la ficha misma y que la vida no viene dada, se inventa, al tiempo que uno va siguiendo su alma a saltos, a tumbos, a tropezones, teniendo un paraje en el que descansar cada tanto, en la que se desciende al infierno o se alcanza el cielo, pero como sea siempre, siempre a pata coja.

En fin, ¡Rayuela es la vida misma, viviendo!


Helga Fernandez
Escritora, psicoanalista.
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CUENTACUENTOS

"La literatura no hace sino registrar los encuentros con la belleza". Yasunari Kawabata

Erase una vez un poema, un cuento, un personaje, una novela, un momento mágico impreciso, un instante literario que influyó en nuestra vida. Creemos que el advenimiento del libro digital y la incertidumbre que rodea al mundo editorial puede llevar a la desaparición del arte literario, lo cual hace que éste sea el momento idóneo para celebrar la palabra escrita y hablada, reflexionar y festejar sobre las maneras en las que nuestra vida se ve afectada por lo que leemos o nos contaron.
La idea es hacer un puente, un diálogo entre la literatura y la moda a través del lenguaje plástico, siendo las ilustraciones el eje, así como los colores, las formas y las texturas. De esta manera planteamos el concepto de “Cuentacuentos” que se transformara en una serie y se extenderá por todo el año (temporada de otoño-invierno 2013 y primavera-verano 2014).

Vamos a comenzar nuestra serie de “cuentacuentos”, con un no cuento, con un relato que ya es nuestro, que forma parte de la identidad latinoamericana. Elegimos “Rayuela” del gran escritor argentino Julio Cortázar publicada en 1963.
Rayuela es una de las primeras obras surrealistas de la literatura argentina. «De alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura», respondió Cortázar cuando le preguntaron qué significaba para él Rayuela. Serie muy complicado querer explicar el argumento del libro, porque mas allá de su trama, lo relevante es que nos coloca en el universo de cada personaje y la relación que establecen con el amor, la muerte, los celos y el arte.